miércoles, 3 de diciembre de 2008

El Protocolo de Cartagena y el futuro de la bioseguridad

Fuente: Americas Program

Más de una década después de la introducción comercial de cultivos y alimentos genéticamente modificados (GM), o transgénicos, la controversia que les rodea sólo parece crecer. ¿Cuales son los impactos ambientales y socioeconómicos de estos cultivos? ¿Son seguros para consumo? Estas interrogantes son especialmente relevantes para América Latina, pues es la región productora y exportadora de transgénicos más grande del mundo después de Estados Unidos y Canadá.
Cuando en agosto de 2002 el gobierno de Zambia rechazó el envío de ayuda humanitaria conteniendo maíz genéticamente modificado, un nuevo debate quedó establecido: ¿se justifica el uso de alimentos transgénicos para paliar el hambre en los países más pobres?

La modificación genética de alimentos –proceso por el cual se transfiere artificialmente información específica de un tipo de organismo a otro, sin importar la especie- es uno de los aspectos más preocupantes y criticados del desarrollo biotecnológico. La industria que lo practica afirma que es una manera de contribuir a la alimentación mundial, como si el problema del hambre fuera producto de la carencia de alimentos y no de su mala distribución.

Lo que se busca es alterar las características naturales de un organismo. Por ejemplo, se han trasladado genes humanos a cerdos y peces para hacerlos crecer más rápidamente. Con frecuencia se transfieren genes de una especie a otra; por ejemplo, se han introducido genes de escorpión en el maíz para que la planta desarrolle su propio insecticida.

Los cultivos transgénicos que producen su propio plaguicida (por ejemplo el maíz) obligan a las plagas a desarrollar resistencia a los plaguicidas, lo que requerirá un aumento del uso de productos químicos tóxicos cuyos residuos se acumularán en los alimentos. Por su parte, las compañías ya se están preparando y quieren aumentar los niveles de residuos autorizados. Todo esto podría terminar en una situación incontrolable.

La humanidad ya está consumiendo alimentos transgénicos, como la soja y el maíz. Ambos productos son utilizados en más del 60% de los alimentos procesados. La soja y el maíz transgénicos también pueden ser utilizados sin procesar como ración para animales de consumo.

Al frente de esta arremetida se encuentra la trasnacional Monsanto (la misma compañía que creó y produjo el Agente Naranja utilizado en la guerra de Vietnam), que por ejemplo desarrolló la soja Roundup Ready, concebida para ser resistente al herbicida "Roundup", también fabricado por Monsanto. Algunos de los campos de la compañía han sido destruidos por activistas contrarios a la manipulación genética de los alimentos.

La sociedad civil lleva adelante una fuerte campaña en contra de los alimentos transgénicos, en defensa de los recursos genéticos y de la seguridad y soberanía alimentaria. Se denuncia que los motivos para la modificación genética son principalmente comerciales y políticos, y que aún no están claras las consecuencias que podría tener su consumo para la salud humana. Mientras las consecuencias de la manipulación genética no sean claras, se pide una moratoria a la introducción de los transgénicos en los mercados.

Los críticos de la ingeniería genética dicen que las nuevas leyes de patente están dando a los inventores de los cultivos manipulados genéticamente un grado de control peligroso sobre la fuente alimentaria. También varios científicos han expresado su preocupación por considerar que la ingeniería genética es intrínsecamente insegura y podría producir nuevas toxinas en los cultivos de alimentos o incluso causar alergias en los consumidores.

Se exige, al mismo tiempo, que los productos transgénicos que ya estén siendo comercializados sean debidamente identificados para que el consumidor sepa qué está comprando; actualmente son muchos los países –sobre todo en el Sur- donde se comercializan productos transgénicos sin que sea obligatorio etiquetarlos como tales.

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