martes, 31 de marzo de 2009

¡Que las grandes corporaciones saquen sus interesadas e imprudentes manos de la ciencia, sus programas de investigación y sus aplicaciones!

Autor | Salvador López Arnal | Idioma | Español | Pais | Internacional | Publicado | 5 marzo 2009 12:23

"En los años 70, miles de obreros agrícolas, de campesinos, que trabajaban en las fincas plataneras de más de diez países empobrecidos centroamericanos, se vieron expuestos a los efectos de un peligroso producto químico denominado DBCP, el Dibromo cloropropano, un producto que combatía una plaga –nemátodos- que afectaba a muchos cultivos. Desde las mismas pruebas de laboratorio se detectaron sus efectos tóxicos, pero aún así se aprobó en Estados Unidos y las transnacionales lo fabricaron y lo fumigaron."

PRESENTACIÓN EN BARCELONA DE EL PARQUE DE LAS HAMACAS DE VICENT BOIX BORNAY. 5 DE MARZO DE 2009, 19: 30. LIBRERÍA ALTAIR

Bona tarda. Quería agradecer, en primer, lugar la invitación de Vicent para que le acompañe en la presentación de su libro en Barcelona. Es todo un honor, ciertamente inmerecido. Igualmente, quería agradecer su presencia aquí esta tarde. Muchas gracias.

Déjeme que empiece por una noticia que les alegrará y hará feliz a Vicent también. La Comisión Europea tenía la intención de obligar a Austria y a Hungría a levantar el veto que pesa en esos dos países sobre dos tipos de maíz transgénico, el MON810 y el T25, diseñados por Monsanto y Bayer. Sólo Finlandia, Reino Unido y los Países Bajos votaron favor de la Comisión. Los ministros de Medio Ambiente de los 27 decidieron el 2 de marzo de 2009, este lunes pasado, rechazar una propuesta tan poco razonable, tan poco prudente, tan autoritaria. Por lo demás, Grecia también tiene vetado el maíz MON810 y Francia hizo lo propio el año pasado. España, como es sabido, permite el cultivo de maíz transgénico en su territorio y está a la cabeza de la UE en su producción, curiosamente uno de los pocos sectores productivos en los que figura en una posición tan destacada.

Desearía dividir mi intervención –mi breve intervención- en dos apartados. En la primera parte, expondré un sucinto decálogo argumentativo a favor de la lectura del libro que presentamos; en la segunda, con algo más de detalle, me situaré en los alrededores del libro de Vicent para discutir la que creo tesis política central derivada de su estudio, de su documentada investigación: la ciudadanía debe hacer todo lo que esté a su alcance, y es mucho, para impedir que las grandes corporaciones, e instituciones afines no menos poderosas, depositen sus interesadas y, en ocasiones, sucias y nada inocentes manos sobre la labor científica, sobre sus programas de investigación, sobre las aplicaciones tecnológicas, sobre sus mismos desarrollos e incluso sobre sus contrastaciones y resultados. Si el complejo militar-industrial es un monstruo que hemos combatido y combatimos, el complejo ciencia-tecnología-grandes corporaciones (y Estados y gobiernos afines) no es un entramado menos peligroso.

Empecemos con el decálogo al que me refería:

La editorial Icaria ha publicado un libro muy valioso fruto de años de trabajo no sólo teórico. Su autor es un activista social castellonense, Vicent Boix Bornay, que desde que en 2001 viajó por primera vez a Nicaragua ha seguido muy de cerca los efectos, los negativos efectos en frecuentes ocasiones, de los productos químicos utilizados para la producción agrícola frutal en la región centroamericana. Esta combinación de trabajo teórico y compromiso social, esa praxeológica síntesis de investigación y acción sociopolítica, esa pasión razonada que subyace a su estudio, ese clamor contra la injusticia, es una primera razón para recomendar su lectura.

La segunda tiene que ver con su título, con el título de El parque de las hamacas: El químico que golpeó a los pobres, con la misma proposición que acabo de leerles. No les diré que esté a la altura de Crónica de una muerte anunciada, de Crimen y castigo o de La realidad y el deseo, pero no anda muy lejos: es un hermoso título para un magnifico estudio. Sabemos que el nombre de la rosa no es la rosa pero también creemos que “rosa” es un hermoso símbolo, aunque sea por afortunada convención, para hablar de la rosa.

Por lo demás, el parque en cuestión, el de este hermoso título, es un parque ubicado frente a la Asamblea Nacional de Nicaragua. Años atrás, los afectados por el agroquímico, iniciaron unas marchas de protesta desde sus hogares, ubicados mayoritariamente en el departamento de Chinandega, a unos 150 kilómetros de la capital, marcha que les condujo a Managua. Esa plaza fue su lugar de encuentro, allí colocaron sus changas y sus hamacas. El título, que es un homenaje a todos estos luchadores, refiere, en palabras del propio autor, “a un lugar donde confluye la tragedia del pasado, la lucha del presente y la esperanza del futuro”.

Está, en tercer lugar, la infame historia narrada, otro pasaje más de la historia universal de la infamia, que El parque de las hamacas nos cuenta con todo lujo de detalles. En los años 70, miles de obreros agrícolas, de campesinos, que trabajaban en las fincas plataneras de más de diez países empobrecidos centroamericanos, se vieron expuestos a los efectos de un peligroso producto químico denominado DBCP, el Dibromo cloropropano, un producto que combatía una plaga –nemátodos- que afectaba a muchos cultivos. Desde las mismas pruebas de laboratorio se detectaron sus efectos tóxicos, pero aún así se aprobó en Estados Unidos y las transnacionales lo fabricaron y lo fumigaron. Por eso es correcto hablar de una tragedia anunciada, si bien silenciada. El producto fue empleado fundamentalmente en el cultivo de bananos y, por regla general, los trabajadores que laboraban en las bananeras eran de escasísimos recursos económicos y sometidos a condiciones laborales penosas.

Como les decía, sus creadores ya conocían sus riesgos tóxicos desde las mismas pruebas de laboratorio. A pesar de ello, se usó durante unos veinte años sin informar y sin proporcionar equipos de protección individual a los trabajadores. En la actualidad, miles de personas afectadas por este producto protagonizan litigios en USA, Nicaragua, Panamá, etc. En los últimos años, algunos campesinos han obtenido sentencias favorables en Nicaragua y el 7 de noviembre de 2007 –observen: 7 de noviembre de 2007, 90 años después del triunfo de la revolución bolchevique- dos multinacionales eren condenadas por un tribunal de Los Ángeles a pagar 3 millones de dólares a seis trabajadores afectados.

La cuarta razón es simple, necesaria, pero decisiva: El parque de las hamacas rebosa de documentación. Es un libro de historia, de historia reciente, donde todo está documentado, donde nada se dice sin razones y sin papeles. Hay rabia en sus páginas, hay gritos contra la injusticia, pero hay, como no podía ser de otro modo, justificación de las afirmaciones, escritos, referencias, documentos que ilustran con detalle todos los nudos de este trágico y criminal entramado.

El libro, por otra parte, esta sería la quinta razón, nos alerta sobre problemas afines. Hay muchos agroquímicos peligrosos que se utilizan en muchos países. En algunos de estos países se prohíbe y en otros se aplican. Pocas veces se unen los afectados para emprender acciones de diversa índole. En la misma Nicaragua existe un caso similar: los afectados de Insuficiencia Renal Crónica (IRC) de los ingenios de azúcar de la familia Pellas. Aquí, en este caso que Vicent también cuenta, se contabilizan más de 2.000 muertos y, aunque no se sabe con seguridad, los afectados relacionan la IRC con los productos químicos que utilizan en las fincas de caña.

El libro, esta sería la sexta razón, apuesta también por una vindicación que cada día tiene mayor alcance y mayor importancia: la soberanía alimentaria, una agricultura que sea respetuosa con el medio ambiente, que dé vida al campo, que genere trabajo e ilusión, que esté en manos de los agricultores y, cito al autor, “que no sacrifique la producción de alimentos en favor de biocombustibles, forraje y otros cultivos para la exportación”. Una agricultura, en definitiva, que no esté dominada ni manoseada por especuladores, terratenientes, cadenas de distribución, inversionistas sin escrúpulos y trasnacionales sólo atentas a la cuenta de resultados.

El parque de las hamacas es un libro crítico contra los usos de ciertas técnicas de base científica, pero no es un libro alejado de la ciencia, contrario a la ciencia, así en general, o que brinde por algún sendero que cultive el irracionalismo anticientífico. El autor, y esta es una magnífica séptima razón, lo ha dicho con envidiable claridad cartesiana:

La ciencia ha logrado y logrará avances vitales, de utilidad pública y sostenibles. Nunca de la que trabaja por y para el capital, con el objetivo de obtener grandes réditos para éste sin tener en cuenta otros factores.

La octava razón es, si quieren, más literaria, menos política. No digo que El parque de las hamacas se pueda leer en un parque, mientras cuidamos a nuestros mayores, a nuestros niños o a personas que no demandan una atención especial, o tomamos el aire o descansamos (recuerden: Elogio de la pereza), pero es un libro de agradable lectura y esto no es una ninguna cima que sea fácil de conseguir, no es ninguna virtud que nos sea graciosamente concedida.

La novena razón es más personal, más de generación, la mía en esta caso. Nicaragua está muy presente en este parque, como no puede ser de otro modo, y Nicaragua, para muchos, éste que les habla por ejemplo, siempre está muy presente. La revolución sandinista, o el intento portugués o el chileno, fue la revolución de esa generación o una de nuestras revoluciones. Una revolución que logró combinar, hasta que le dejaron los criminales guerreros del neoliberalismo, socialismo, construcción del socialismo, y democracia de pobres y explotados que ansiaban ilustrarse. Pocas veces he aprendido tanto como cuando una tarde del mes de julio de 1985 fui a llevar a un campesino de Boaco un regalo que un amigo médico me había dado para él. La generosidad, la amabilidad, la grandeza, la solidaridad de aquel campesino rebelde y afable no la podré olvidar ni la olvidaré nunca. El olvido no residirá en este ámbito. Como tampoco lo hará en el comportamiento de aquellos médicos cubanos internacionalistas que en condiciones nada fáciles, incomprendidos en muchos casos, daban años de su juventud en la defensa de la salud pública de aquel pueblo tan heroico, tan castigado y tan manipulado a un tiempo. Y no en lugares privilegiados, barrios de la capital o lugares tranquilos, sino en el norte del país, donde la contra campaba a sus anchas.

La décima razón nos relaciona con el tema complementario que quería comentarles. Los avances científicos son y han sido muy importantes para las sociedades humanas. El problema, como ha señalado Vicent, es que la ciencia, crecientemente, está en manos privadas (o depende financieramente de esas fuentes) y muchas tecnologías se dirigen a perpetuar modelos que benefician económicamente a unos pocos.

El caso que nos ocupa así lo confirma. Uso información que nos brinda el autor: en pruebas de laboratorio internas de las multinacionales, fechadas en 1958, se mencionaban efectos negativos detectados en animales de laboratorio; en 1961 se edita el primer estudio en una revista científica, que fue firmado por algunos autores que realizaron los ensayos para las empresas químicas fabricantes (Shell y Dow Chemical). Este estudio fue controvertido porque las concentraciones máximas de exposición recomendadas por los científicos, con los años, resultaron ser muy altas y peligrosas para el humano. Tras una serie de cabildeos entre empresas y autoridades norteamericanas, el DBCP se aprobó en 1964. No obstante, en 1977 estalló el escándalo al descubrirse en USA que decenas de personas quedaron infértiles tras tener contacto con el agrotóxico en las factorías químicas. Entre el escándalo de 1977 y la prohibición total pasarían dos años, el producto químico se siguió utilizando mientras se realizaron más pruebas e investigaciones. En ese periodo, hasta 1979, algunas empresas químicas anunciaron el cese de la producción aunque seguirían vendiendo el stock, y otras, por el contrario, planearon seguir con la fabricación del producto. En cuanto a las transnacionales agroexportadoras, existe constancia de que al menos Dole Food siguió estando demasiado interesada en el DBCP después del escándalo de 1977 e incluso lo siguió fumigando en países del sur. Aún hoy se aplican productos químicos en ciertos lugares, mientras están prohibidos en sus países de fabricación. Los intereses económicos de algunos siguen estando, pues, en el puesto de mando. Ni que decir tiene que El parque de las hamacas denuncia con nitidez esta inadmisible derivada político-económica.

Veamos, pues, si les parece, el segundo asunto del que quería hablarles, tema que como les decía planea alrededor del ensayo de Vicent, casi desde la primera pagina. Es éste: el poder que ejercen las grandes corporaciones e instituciones afines (y no tan afines) sobre la ciencia, sus investigaciones y resultados.

Los cuatro valores que definían la actividad del científico según el gran sociólogo Robert K. Merton eran los de universalidad, comunidad de los conocimientos, escepticismo organizado y desinterés. Manuel Sacristán, en un artículo sobre “Karl Marx como sociólogo de la ciencia”, ya apuntó que:

Prescindiendo de los dos primeros, que son de aceptación obvia en principio (aunque la militarización de la ciencia, con su natural consecuencia de secreto, esté reduciendo el segundo criterio a mera hipocresía), se recordará que el escepticismo organizado -en la forma radical de la exhortación baconiana De Omnibus dubitandum- era el lema favorito de Marx; y que el “interés desinteresado” era en su opinión el valor definitorio de la ciencia, la adhesión al cual le llevó a escribir: “a un hombre que intenta acomodar la ciencia a un punto de vista que no provenga de ella misma (por errada que pueda estar la ciencia), sino de fuera, un punto de vista ajeno a ella, tomado de intereses ajenos a ella, a ese hombre le llamo canalla (gemein).1

Hoy no es sólo la militarización de la ciencia. El creciente, interesado y decisivo papel de las grandes multinacionales está poniendo ya en el candelero la universalidad de los conocimientos científicos, la comunidad sin restricciones de esos conocimientos, el escepticismo organizado sinceramente asumido como metodología de trabajo en la investigación y comprobación de resultados y, desde luego, el desinterés, la perspectiva no sesgada del trabajo científico . Es decir, sin excepción, todos los valores ético-epistémicos que según Merton caracterizaban y debían caracterizar el hacer de los científicos, las señas de identidad de la ciencia contemporánea.

Pondré algunos ejemplos de esta peligrosa situación e indicaré brevemente la importancia de sus derivadas sociales y políticas.

Según Sally Hopewell, del centro de Colaboración Cochrane en el Reino Unido, una organización internacional que vela por asegurar la información actualizada y rigurosa sobre los efectos de las intervenciones sanitarias, la publicación de los resultados de los ensayos clínicos a los que se someten los tratamientos en fase experimental, esencial para que los responsables sanitarios cuenten con toda la información necesaria a la hora de tomar medidas como la autorización de nuevas terapias, es la siguiente: un elevado número de los estudios con resultados negativos nunca llega a ver la luz en una publicación científica: sólo el 41% de los ensayos clínicos cuyos resultados son negativos o nulos se acaban publicando (menos de la mitad, por tanto), frente al 73% de los estudios con resultados positivos importantes.

Por otra parte, un estudio de cinco grandes publicaciones y más de 5.000 referencias científicas desde la década de los ‘80, ha descubierto que, además, los estudios negativos tardan más en publicarse: los que obtienen buenos resultados, los positivos, tardan de promedio entre cuatro o cinco años, mientras que los negativos no suelen llegar a la comunidad científica hasta incluso ocho años después de su realización.

¿Por qué? Cuando los resultados no son los esperados, muchos investigadores creen que no son suficientemente interesantes o que hacen faltan más estudios. Tal vez, pero es posible aventurar alguna hipótesis más: presiones de los laboratorios afectados, trabas para la publicación de estos estudios no confirmatorios, compromisos firmados con empresas patrocinadoras con la obligación de retrasar la publicación de la investigación, compras en algunos casos si alguien está dispuesto a vender o venderse. Etc.

La cuestión, desde una perspectiva de política de la ciencia y de salud publica, es la siguiente: ¿cómo pueden tomar decisiones documentadas las personas responsables sobre los efectos de los fármacos en la salud de la ciudadanía? ¿Pueden examinar realmente la evidencia científica disponible de un modo responsable y honesto?

Mi segundo ejemplo. DSM-IV-TR: Mental Disorders. Diagnosis, Etiology & Treatment, editado por Michael B. First y Allan Tasman es el Manuel Diagnóstico y Estadístico de Transtornos Mentales por excelencia, la herramienta más utilizada para definir el estado de una persona con síntomas psiquiátricos. Está avalado por la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) y está traducido a más de veinte idiomas. Pero según el New York Times, nada sospecho de bolchevismo revolucionario o de evismo-chavismo-castrismo-correísmo, podría no ser independiente de la industria farmacéutica.

A finales de 2008 el diario neoyorquino publicó que más de la mitad de los 28 especialistas encargados de preparar su próxima edición, prevista para 2012, mantiene algún lazo con empresas farmacéuticas. Así lo ha difundido la web “Integridad en la Ciencia”, un proyecto de ciudadanos usamericanos que han fundado el Centro para la Ciencia de Interés Público. Su fuente, la fuente de su sospecha, es la propia APA, que ha hecho públicas las finanzas de los revisores del nuevo DSM con todo detalle.

Ya en 2006, investigadores de la Universidad de Tufts, denunciaron que el 56% de los encargados de revisar el DSM habían tenido al menos un nexo monetario con un laboratorio entre 1998 y 2004. Además, por si la situación no fuera ya de alta tensión, el porcentaje era mayor en los expertos que trabajaban en enfermedades mentales más graves como la esquizofrenia por ejemplo.

Concretamente, según el NYT, uno de los psiquiatras firmantes había ejercido de consultor de 13 –insisto trece- laboratorios diferentes en los últimos cinco años (entre ellos, algunos de tanto poder como Wyeth y Pfizer). Según criterio acordado por la propia APA, el importe anual máximo que los psiquiatras pueden recibir de esta fuente es de unos 10.000 dólares.

La presidenta del APA, Carolyn B. Robinowitz ha manifestado su buena voluntad: “Hacemos todo lo que está a nuestro alcance para asegurar que el DSM-V estará basado en la mejor y más actual investigación científica, así como para eliminar cualquier conflicto de intereses en su desarrollo”. Es deseable que sea así, es loable que ese sea su objetivo. Sin embargo, no ha podido asegurar que sus justas finalidades fueran alcanzadas siempre.

Mi tercer ejemplo. Esta vez viajo hacia Asia y les hablo de basura electrónica. ¿Saben ustedes qué porcentaje de los restos de los PC y de los móviles del mundo, digamos desarrollado, termina en Nueva Delhi? El 25%. Niños, adolescentes, hombres, algunas mujeres, se sientan a las afueras de pequeñas habitaciones con cacharros electrónicos apilados en su interior y se dedican a separar, sin protección alguna, los componentes que pueden reutilizarse. Por ejemplo, el cobre, el plomo, el plástico o el oro de productos viejos. Ganan 100 rupias por día (un euro y medio). Los residuos electrónicos contienen sustancias tóxicas como el plomo, mercurio o cadmio. A menudo se producen quemaduras por el ácido que se utiliza para extraer el cobre u oros minerales.

Se calcula que trabajan actualmente 30.000 personas en Delhi en estos vertederos de basura electrónica; 6.000, el 20%, son niños y niñas entre 10 y 15 años.

De hecho, el 70% de la basura electrónica del mundo desarrollado va a parar a Asia: a India, China, Pakistán y Bangladesh. ¿Saben la razón? Se la imaginan: reciclar un ordenador en Estados Unidos cuesta 14 euros, con salarios a la baja; reciclar el mismo ordenador en India cuesta 1,4 euros. La consigna, toma el dinero y corre; el cálculo egoísta en las heladas aguas del beneficio impío, hacen el resto.

No olvidemos, por lo demás, que según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente cada año se generan en el mundo 50 millones de toneladas de residuos electrónicos, que están creciendo, además, a una tasa anual de entre el 3 y el 5%

Viajamos de nuevo a Nueva York. Allí una organización tan respetable, y si me apuran necesaria, como la ONU edulcoró su último informe de abril de 2007 sobre calentamiento. Estados Unidos, China, Rusia y Arabia Saudí vetaron la inclusión de un diagrama –conocido como burning embers, brasas ardientes- en el dossier sobre el cambio climático presentado en 2007, mientras que Reino Unido, Bélgica y Alemania, y otros países europeos, sin éxito, pelearon por incluirlo. Los autores del gráfico lo han publicado recientemente, en la revista PNAS, de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, para reivindicar su validez científica.

El gráfico muestra mediante un sencillo gradiente de color el riesgo de perder ecosistemas únicos, el incremento de eventos meteorológicos extremos (sequías, inundaciones) e incluso el impacto en la vidas humanas del calentamiento.

Los principales emisores de CO2 tacharon el croquis, el esquema, de “meramente opinativo”, pero en cambio no se opusieron a la inclusión de un texto que apuntaba las mismas consideraciones; la palabras, en este caso, eran menos poderosas que las imágenes.

Las credenciales de los padres del gráfico no parecen peligrosas. Quince autores, quince científico pertenecientes al Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC). Entre ellos, reputados científicos de Princeton y Stanford (Steven Schneider, de esta última Universidad, el principal crítico de los gobiernos opositores), de la OCDE, de la Universidad de Toronto del Instituto de Postdam para la investigación de las consecuencias del cambio climático en Alemania

(Entre paréntesis: sobre toda esta temática permítanme una recomendación: el libro de Brian Martin, Confronting the Experts (Enfrentándose a los expertos)2. El libro incluye seis historias de individuos que cuestionaron y se enfrentaron a expertos en varias áreas y países para crear resistencia y cambios sociales. El ensayo incluye la historia de Sharon Beder, que cuestionó y denunció la falta de credibilidad del tratamiento del agua potable en Sydney; la de Mark Diesendorf, que hizo una crítica científica y social del tema de la fluorización del agua; la de Edward Herman, que desenmascaró las mentiras y retórica de la perspectiva del establishment sobre el "terrorismo"; la de Harold Hillman, que cuestionó la validez de los métodos utilizados en biología subcelular; la de Michael Mallory y Gordon Moran que cuestionaron la interpretación ortodoxa de un cuadro famoso en Siena, Italia; y la de Dhirendra Sharma que se enfrentó a la industria nuclear de la India).

Otra información más para completar el cuadro por si resultara poco convicente.

Marie-Monique Robin, periodista especializada en agroalimentación ha sido entrevistada por Víctor-M. Amela para La Vanguardia3 en torno a su estudio sobre las actividades de Monsanto, el gigante de la industria Q agroquímica que domina el mercado mundial de la alimentación, a través de su dominio en el mercado mundial de semillas, modificándolas genéticamente y patentándolas (Recordemos que antes de 1992 no podían patentarse semillas, y Monsanto logró que Estados Unidos lo permitiese; hoy tienen ya 1.000 patentes).

¿Por qué España no veta el cultivo de transgénicos se le preguntó? Esta fue su respuesta:

No los ha publicado hasta la fecha aunque algún nombre puede intuirse; seguramente ustedes ya lo han intuido.

Por lo demás, éste el cuadro que presenta esta periodista científica: existe el llamado maíz Bt, iniciales de Bacillus thurigiensis, esa bacteria está en el suelo de forma natural y es insecticida. Si se usa en preparados pulverizados es eficaz y el sol la degrada pronto. Resulta inocua para el medio ambiente. Pero Monsanto ha tomado de la bacteria el gen que produce la toxina y lo han insertado en el genoma del maíz. De este modo, ese maíz queda blindado contra los insectos, pero a un coste peligroso: la toxina intoxica no sólo al piral, el insecto perjudicial para el maíz, sino también a los insectos predadores del piral (como la crisopa) y a mariposas, mariquitas, microorganismos del suelo, pájaros insectívoros... El maíz insecticida pasa a harinas, chips, tacos, cereales, sopas, tortas. ¿Por qué cada día hay más alergias? Son sobrerreacciones de nuestro organismo ante algo que no reconoce. Ese maíz, además, poliniza cultivos de maíz ordinario, contaminándolos, convirtiéndolos también en transgénicos, y existe la posibilidad, no es ninguna broma, de que extinga el maíz natural. Aunque no ingiriésemos ese maíz directamente no podríamos evitar su contagio: se lo dan como forraje a animales que luego comemos.

Por otra parte, el herbicida más vendido del mundo, que se llama Roundup, es también de Monsanto. Extermina toda la maleza, pero no es biodegradable, y es promotor de cánceres y perturbador endocrino. No sólo eso: están naciendo bebés con residuos de dioxinas en sus células. Las dioxinas son derivados de síntesis químicas de laboratorio y llegan a ellos por lo que comen sus madres. Para que la espiga de trigo produzca más grano, ha sido genéticamente modificada y protegida con ocho pesticidas y varias hormonas cuyos restos comemos en el pan. Hay cada vez más cánceres de mama y próstata, y el esperma pierde fertilidad. Marie-Monique Robin señala:

Otro caso más, este en nuestro país4. Los sindicatos ELA, LAB, ESK y CGT solicitarán una reunión con la Inspección de Trabajo y Osalan para que exijan a la dirección de Michelin en Vitoria que realice cuanto antes las analíticas especiales a los trabajadores que actualmente conforman la plantilla y que hayan estado expuestos a las fibras de amianto. Un colectivo difícil de determinar que podría superar las 4.000 personas en opinión de los sindicatos, ya que Osakidetza debería realizar controles médicos sobre aquellos ex trabajadores que hayan pasado por la fábrica desde 1965 (este año Michelin aparece en registros mercantiles como una compañía que compró amianto hasta 1985). Tras la denuncia del trabajador Francisco Martínez Díaz de Zugazua en septiembre de 2007, que solicitó una investigación después de 33 años en la fábrica y tras detectarle un mesotelioma (un tipo de cáncer asociado a la exposición al amianto), la Inspección de Trabajo ha emitido un informe en el que queda probado la existencia de amianto en las instalaciones y equipos de trabajo de Michelin que ha sido manipulado por diferente personal sin medidas de protección. Tal y como denuncian los sindicatos, Michelin no ha garantizado la salud de los trabajadores.

Me detengo, no quiere proseguir con esta exposición de horrores.

Sea como fuere, no me interpretan mal: no estoy defendiendo el alejamiento de la ciencia, el desprecio de la técnica, la mitificación del duro sudor de una frente sin instrumentos en sus manos, el cultivo del paisajes anticientíficos de marchamo y sabor irracionalistas. Todo lo contrario. A Sacristán, al Sacristán interesado en temas de ecologismo y política científica, le gustaba citar unos versos de Hölderlin, muy del gusto de Heidegger también. Eran estos:

De donde nace el peligro

Sea así, aunque admitamos que el sendero tiene riesgos y que el principio de precaución debe regir esta travesía. Pero para ese viaje con acantilados es necesario, y cada vez más urgente, liberar a la ciencia, salvarla si me apuran, de las garras de las grandes corporaciones. El libro de Vicent nos ayuda a ello, abona, orgánicamente por supuesto, en esa dirección desde la primera de sus páginas.

Pero no sólo es eso, no es esa únicamente la tarea de nuestra hora. Si me insisten, y me piden que confiese toda la verdad y sólo la verdad, les diré que nuestra finalidad, en mi opinión, no consiste sólo en salvar la ciencia, el conocimiento, de esas garras interesadas y desalmadas, sino con paciencia y con toda la tenacidad y racionalidad que nos sea posible, superar o eliminar una civilización, un modo de producir y de estar en el mundo, que pivota básicamente en torno a los tentáculos e intereses de esas grandes instituciones económicas sin alma.

Me dirán viejo y trasnochado, pero la tarea de la hora, ahora si cabe con mayor claridad vistas o intuidas las coordenadas abisales de la crisis, es superar el capitalismo. Con los restos que sean necesarios, no estoy afirmando que todo lo generado por esta fase histórica de la humanidad merezca ser olvidado. Pero es cada vez más urgente y necesario ir más allá. Mientras rija el principio del beneficio máximo, a costa de lo que sea y de quien sea, en las relaciones sociales, económicas, humanas, la (mala) suerte está echada. Un poeta finés, de expresión sueca si no yerro, Claes Andersson5, lo ha descrito así:

Si es el caso, y parece que éste es el caso, hay otra razón más para abonar el fértil suelo del anticapitalismo documentado y presto a la construcción de nuevas realidades. Para que exista un mundo en que sean divisa versos como estos que les digo a continuación de un poeta republicano, y universal, inolvidable como fue y es Luis Cernuda:

Tú justificas mi existencia

Si no te conozco no he vivido

Si muero sin conocerte no he muerto porque no he vivido

Para que estos versos puedan guiar nuestras vidas, decía, para que la justicia, en la medida de lo posible y de forma creciente, sea el pan nuestro de cada día, para que la equidad sea maestra y guía de todos, para que el género, la orientación sexual, la etnia, nuestros orígenes, sean los que fueren, no nos condenan a la marginación o la discriminación, es necesaria una tierra, un mundo, en el que el poder, y los inmensos riesgos que ese poder conlleva (la apropiación del saber, de la ciencia, el uso de sus tecnologías) no esté en manos de una cuadrilla despiadada de golfos codiciosos y sedientos, de forma irresponsable y sin satisfacción posible, de riquezas estúpidas y pueriles.

Los ciudadanos del mundo no pueden permitir que ejerzan su mando en plaza tampoco en esta plaza. Para ello, El parque de las hamacas y miles de parques más, y millones de hamacas en posición de resistencia, son necesarias. Son, en definitiva, la hermosa y nutritiva sal de nuestra tierra, una tierra de fraternidad, como gusta decir a los amigos y familiares de los republicanos españoles que fueron perseguidos y asesinados por el fascismo español.

Fuente: Rebelión

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