Autor | Silvia Ribeiro | Idioma | Español | Pais | Internacional | Publicado | 6 enero 2009 17:54
Inmersos en una enorme crisis del capitalismo, madre de muchas crisis convergentes, se rescata con dinero público a las más grandes empresas privadas del planeta, mientras siguen aumentando los pobres y hambrientos y el caos climático. Según el economista mexicano Andrés Barreda, estamos en una crisis de brutal sobreacumulación capitalista: gigantesco vómito de quienes creyeron que se podían tragar al mundo, pero no pudieron digerirlo.
Largamente acuñadas, las crisis actuales tienen un contexto de concentración creciente del poder corporativo, apropiación de recursos naturales y desregulación o leyes a favor de las empresas y especuladores financieros, que ha aumentado sin pausa en las últimas décadas. En el 2003, el valor global de fusiones y adquisiciones fue 1,300,000 millones de dólares (1,3 billones). En 2007, llegó a 4,48 billones de dólares. En la industria alimentaria, el valor de las fusiones y compras entre empresas se duplicó del 2005 al 2007, llegando a 200 mil millones de dólares. La debacle financiera terminó con algunas empresas, favoreciendo oligopolios aún más cerrados.
¿Qué significa esto para la gente común? El informe del Grupo ETC “De quién es la naturaleza” (disponible en www.etcgroup.org/es), ofrece un análisis en el contexto histórico de la concentración corporativa de sectores claves en las últimas 3 décadas. Desde entonces el Grupo ETC ha seguido las maniobras de mercado de las autodenominadas “industrias de la vida”, (biotecnología en agricultura, alimentación y farmacéutica). En el nuevo informe, se agregan las empresas detrás de la convergencia de biotecnología con nanotecnología y biología sintética, que promueven nuevas generaciones de agrocombustibles y más allá: intentan generar un economía post-petrolera basada en el uso de carbohidratos y vida artificial.
El sector agroalimentario sigue siendo uno de los ejemplos más devastadores, por ser un rubro esencial: nadie puede vivir sin comer. Es además, el mayor “mercado” del mundo. Por ambas razones, las transnacionales se lanzaron agresivamente a controlarlo. En las últimas 3-4 décadas, pasó de estar altamente descentralizado, fundamentalmente en manos de pequeños agricultores y mercados locales y nacionales, a ser uno de los sectores industriales globales con mayor concentración corporativa. Para ello fue necesario un cambio radical en las formas de producción y comercio de alimentos. Gracias a los tratados de “libre” comercio, la agricultura y los alimentos se transformaron de más en más en mercancías de exportación, en un mercado global controlado por una veintena de transnacionales.
Según un informe de la FAO sobre mercados de productos básicos, a principios de la década de 1960, los países del Sur global tenían un excedente comercial agrícola cercano a los 7000 millones de dólares anuales. Para fines de la década de 1980 el excedente había desaparecido. Hoy todos los países de Sur son importadores netos de alimentos.
En la década de 1960, casi la totalidad de las semillas estaban en manos de agricultores o instituciones públicas. Hoy, 82 por ciento del mercado comercial de semillas está bajo propiedad intelectual y diez empresas controlan 67 por ciento de ese rubro. Estas grandes semilleras (Monsanto, Syngenta, DuPont, Bayer, etc) son en su mayoría propiedad de fabricantes de agrotóxicos, rubro en el cual las diez mayores empresas controlan 89 por ciento del mercado global. Que a su vez están representadas entre las diez empresas más grandes en farmacéutica veterinaria, que controlan 63 por ciento de ese rubro.
Los 10 mayores procesadores de alimentos (Nestlé, PepsiCo, Kraft Foods, CocaCola, Unilever, Tyson Foods, Cargill, Mars, ADM, Danone) controlan el 26 por ciento del mercado, y 100 cadenas de ventas directas al consumidor controlan el 40 por ciento del mercado global. Parece “poco” en comparación, pero son volúmenes de venta inmensamente mayores. En el año 2002, las ventas globales de semillas y agroquímicos fueron 29,000 millones de dólares, las de procesadores de alimentos 259,000 millones y las de cadenas de ventas al consumidor 501,000 millones. En el 2007, esos tres sectores aumentaron respectivamente a 49,000 millones; 339,000 millones y 720,000 millones de dólares. Sigue siendo el supermercado WalMart, la empresa más grande del mundo, siendo la número 26 entre las 100 economías más grandes del planeta, mucho mayor que el Producto Interno Bruto (PIB) de países enteros como Dinamarca, Portugal, Venezuela o Singapur.
De las semillas al supermercado, las transnacionales dictan o pretenden dictar qué plantar, cómo comerlo y dónde comprarlo. Frente a las crisis nos recetan más de lo mismo: más industrialización, más químicos, más transgénicos y otras tecnologías de alto riesgo, más libre comercio. No es extraño, ya que todas están entre los que más han lucrado con el aumento de precios y hambrunas: obtuvieron ganancias que van hasta 108 por ciento más que en años anteriores.
También la disparidad de ingresos individuales en el mundo creció. La riqueza acumulada de los 1125 individuos más ricos del mundo (4,4 billones de dólares) es casi equivalente al PIB de Japón, segunda potencia económica mundial después de Estados Unidos. Esta cifra es mayor que los ingresos sumados de la mitad de la población adulta del planeta. 50 administradores de fondos financieros (hedge funds y equity funds), los grandes especuladores que provocaron la “crisis”, ganaron durante el 2007 un promedio de 588 millones de dólares, unas 19,000 veces más que el trabajador estadunidense típico y unas 50,000 veces más que un trabajador latinoamericano medio. El director ejecutivo de la financiera Lehman Brothers, ahora en bancarrota, se embolsó 17,000 dólares por hora durante todo el 2007 (datos de Institute for Policy Studies).
Resumiendo, una absurda minoría de empresas y unos cuantos multimillonarios que poseen sus acciones, controlan enormes porcentajes de las industrias y los mercados básicos para la sobrevivencia, como alimentación y salud.
Esto les permite una pesada injerencia sobre las políticas nacionales e internacionales, moldeando a su conveniencia las regulaciones y los modelos de producción y consumo que se aplican en los países, que a su vez son causantes de las mayores catástrofes alimentarias, ambientales y de salud.
Así pudo avanzar la privatización y conversión del sistema agroalimentario, hasta hace pocas décadas descentralizado y basado mayoritariamente en semillas de libre acceso, agua, tierra, sol y trabajo humano, para convertirlo en una máquina industrial petrolizada, que exige grandes inversiones, maquinarias caras, devastadoras cantidades de agroquímicos (mejor llamados agrotóxicos) y semillas patentadas controladas por unas pocas empresas. Aunque se produjeron mayores cantidades de algunos granos, no solucionó el hambre en el mundo tal como prometían, sino que aumentó. El saldo de erosión de suelos y biodiversidad agrícola y pecuaria, junto a la contaminación químico-tóxica de aguas, no tiene precedente en la historia de la humanidad. Todo acompañado, por si fuera poco, por una creciente crisis de salud humana y animal (que también es negocio para las mismas empresas).
El paradigma más significativo de esta “involución verde”, son los transgénicos, semillas patentadas adictas a los químicos de las empresas, promovidas como panacea para resolver los actuales problemas de hambre que el propio modelo creó. Otro ingrediente del mismo modelo, ahora empujado con más fuerza, es el altísimo requerimiento de fertilizantes, que por su nombre parecería menos dañino que el resto de los agrotóxicos. Pero el uso de fertilizantes industriales, en lugar del equilibrio de nutrientes naturales de los modelos anteriores de agricultura, también provoca adicción y dependencia y está en manos de un cerrado oligopolio trasnacional. Tal como el petróleo, se basa en el uso de productos finitos y no renovables: según datos de PotashCorp, la primera empresa global de fertilizantes, las reservas de fósforo, ingrediente fundamental de los fertilizantes, disminuyen a ritmo acelerado. Globalmente, el consumo industrial de fertilizantes aumentó 31 por ciento entre 1996 y 2008, debido al incremento de la ganadería industrial y la producción de agrocombustibles. Y con las crisis, el precio se disparó más de 650 por ciento entre enero de 2007 y agosto del 2008. Mosaic, la tercera empresa de fertilizantes a nivel global (55 por ciento propiedad de Cargill) aumentó sus ganancias más de 1000 por ciento en ese período.
Pese a que las trasnacionales pretenden controlar todo, 1200 millones de campesinos y campesinas en el mundo, siguen teniendo sus propias semillas. Aunque WalMart sea la empresa más grande del mundo, el 85 por ciento de la producción global de alimentos se consume cerca de donde se siembra –la mayoría en el mercado informal.
Urge, por el bien de todos y para parar las amenazas al ambiente que nos sostiene, el cuestionamiento profundo del modelo de agroalimentación industrial y corporativo, incluyendo la crítica radical a los que en nombre de las crisis alimentarias y climáticas quieren imponernos más del mismo modelo con transgénicos y agrocombustibles. Las soluciones reales ya existen y son diametralmente opuestas: soberanía alimentaria, como propone La Vía Campesina, a partir de economías agrícolas descentralizadas, diversas, libres de patentes, basadas en el conocimiento y las culturas campesinas, que son quienes por más de diez mil años han probado su capacidad de alimentar sustentablemente a la humanidad.
Basado en el informe del Grupo ETC “De quién es la naturaleza - El poder corporativo y la frontera final en la mercantilización de la vida”, disponible en www.etcgroup.org/es
Más información: http://alainet.org
martes, 20 de enero de 2009
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