Autor | Arantxa Aldaz | Idioma | Español | Pais | Internacional | Publicado | 11 diciembre 2008 12:52
Floricultora de oficio, feminista y dirigente campesina por convicción. Así presentan a Francisca Rodríguez Huerta (entrevistada), fundadora de la asociación de mujeres rurales e indígenas de Chile (Anamuri), e incansable activista por los derechos de los campesinos que se paseó recientemente por Donostia de la mano de la Fundación Emaús.
Esta chilena, de hablar sosegado pero a la vez rotundo, reivindica la «visibilidad» del mundo rural y abandera el movimiento a favor de la «soberanía alimentaria». Un dato: más de la mitad de las personas que trabajan en la producción de alimentos padece desnutrición. «Son las paradojas de un sistema que ha arrinconado a los campesinos», denuncia.
- ¿El campesino sigue siendo el eslabón más débil de la cadena de producción?
- Sin duda. Luchamos por la soberanía alimentaria, principalmente por donde comienza nuestra cadena alimentaria, la semilla y sus productores. Mi esposo, por ejemplo, custodia semillas en una tierra que tenemos en Lampa, un pueblo cerca de Santiago.
- ¿Qué papel tienen las mujeres?
- Una de las claves de la lucha por la soberanía alimentaria es la participación de las mujeres campesinas. Ya no sólo somos un número, somos una fuerza activa. La soberanía alimentaria ha devuelto visibilidad a las mujeres del campo. Somos unas luchadores incansables.
- ¿Por qué hay que ser soberanos de lo que se cultiva?
- Para nosotros, la soberanía alimentaria es un conjunto de derechos, la reivindicación de que siga habiendo un campo con campesinos.
- ¿Qué amenazas tienen?
- La amenaza empezó cuando las empresas multinacionales se fijaron en la alimentación como negocio para lucrarse. Mientras, los países desprotegieron el derecho básico de la alimentación. Cuando los derechos humanos son pisoteados, los alimentos se convierten en una mercancía.
- ¿Los campesinos también son utilizados con ese fin?
- Para poder convertir a los campesinos en mano de obra barata, hay que despojarlos de la tierra. Así, las empresas se apropian de las semillas, de los recursos naturales como el agua y al final consiguen gente dispuesta a trabajar sólo a cambio de comida.
- ¿El panorama que describe afecta sólo a los campesinos de América Latina?
- No es sólo el caso de América Latina, es el caso de los campesinos en todo el mundo, incluido el País Vasco. Permanecer en el campo se ha vuelto mucho más difícil en todos los lugares, porque se han impuesto políticas agrícolas que privilegian cultivos intensivos y a la vez se han puesto barreras infranqueables para nuestros productos. Hay mucha presión sobre los campesinos. Sin embargo, en esa producción con tantas reglas no tienen ninguna que les proteja en el mercado. Nos hemos convertido en proveedores de las grandes cadenas comerciales de supermercados.
- ¿Están en contra de las multinacionales?
- No, sólo de su forma de negocio. Antes de llegar a la mesa, los alimentos dan la vuelta al mundo. Ahora vivimos inmersos en una crisis mundial, pero los campesinos vivimos en una permanente zozobra. Ya llevamos veinte años de crisis, desde la política, pasando por la sindical, la agrícola, la crisis del petróleo y financiera. El capital aprovecha para fortalecerse. Nosotros, en cada crisis, perdemos nuestra soberanía.
- ¿Qué solución da para volver a coger las riendas?
- La principal propuesta es la soberanía alimentaria, que ha llegado hasta a la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación.
- ¿Es un respaldo honesto o sólo fachada?
- El mundo está lleno de buenas intenciones, pero están sucumbiendo a las presiones de las empresas. Porque, en el fondo, la FAO vive de los recursos que están poniendo los países con más recursos. Y son esos países los que están poniendo las condiciones, en especial Estados Unidos.
- ¿La crisis alimentaria les ha acabado de hundir?
- Es que no ha habido tal crisis alimentaria. Lo que ha habido es una especulación frente a los precios de los alimentos. Los campesinos seguimos produciendo la mayor cantidad de alimentos en el mundo. En nombre de la crisis alimentaria se justifica el aumento de los millones de hambrientos en el mundo. La última cifra es escalofriante, de los 850 millones se ha pasado a 927 millones de hambrientos en el mundo.
- ¿Se podría poner fin al hambre?
- Si hubiera voluntades políticas, claro que sí. Pero cuando las voluntades políticas están sometidas a las reglas del mercado, no.
- Los cimientos del sistema capitalista se tambalean. ¿Es una buena oportunidad para reflexionar?
- Por supuesto que sí. Los pobres ya no están en condiciones de seguir soportando la presión que están soportando. El consumismo se ha convertido en una política institucionalizada. Esta locura tiene que parar. Si queremos seguir existiendo como humanidad, tiene que haber un minuto de cordura para mirar lo que está pasando y poner solución. Se ha perdido la conciencia de lo que nos está pasando.
Vía Campesina
Soberanía Alimentaria
Fundación Meaux
Fuente: Diario Vasco
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