Autor | Ileana Almeida | Idioma | Español | Pais | Ecuador | Publicado | 28 septiembre 2009 13:14
La historia de opresión a los pueblos indígenas es la historia del despojo de sus aguas. Las reducciones, los repartos, las haciendas, las ciudades, las industrias nacionales, las empresas transnacionales y, ahora, la pretendida Ley de Agua no son sino formas de despojo del líquido vital a los indígenas.
Para la economía colonial el agua era de importancia definitiva. Necesitaban tener agua cercana para las minas, los obrajes, las haciendas. Los valles de los ríos se reemplazaron por calles. Las aglomeraciones urbanas absorbieron el agua del campo. El agua de los páramos está cada vez más amenazada por las transnacionales del agua. Ahora vuelve a ser indispensable para la extracción minera. La falta de agua ya ha provocado que las antiguas tierras fértiles ocupadas por los indígenas se conviertan en polvo que lo lleva el viento. Las lomas desérticas avanzan en la Sierra. Para muchos indígenas la única esperanza de agua es la lluvia. Nadie piensa que de ellos depende, en gran medida, la seguridad alimentaria del Ecuador.
En la región amazónica, los ríos están contaminados con residuos químicos que producen las extracciones mineras y petroleras, y se han convertido en una amenaza mortal. La población indígena está enferma, es altísimo entre ella el índice de cáncer, de gastritis, de enfermedades respiratorias. Pronto la maravillosa fauna y flora de la Amazonia solo las podremos ver en vitrinas y jaulas Los migrantes abandonan el campo pensando que en la ciudad ya no sufrirán por la amargura y la desesperación que produce la falta de agua o la carencia de agua pura.
Al despojo del líquido, a menudo de manera abusiva y violenta, los comuneros, han respondido con protestas colectivas tratando de negociar con el hacendado o con la empresa. Han tratado de defender su agua apelando a la justicia mishu que, bien se sabe, es manipulable y muchas veces ciega y sorda a sus reclamos. Hay juicios de años por agua en contra de hacendados que roban y la escatiman a los comuneros, y que nunca son resueltos. Es el caso, entre muchos otros más, de la comunidad Salasaca y la de San Isidro.
Frente a la diaria catástrofe ecológica, los expertos reconocen las ventajas del manejo del agua por parte de los indígenas, fieles guardianes de sus fuentes y prudentes consumidores de sus flujos. El agua en las comunidades siempre ha tenido un papel protagónico. Prueba de ello son las constantes mingas que se hacen para encausarlas y prevenirlas de la contaminación y el uso excesivo. La mayoría de las veces se lo hace sin contar con recursos gubernamental. Solo con la voluntad colectiva se encarga de construir acequias, canales, diques, terrazas de cultivo para garantizar los cultivos en las tierras comunales y en las parcelas familiares.
Los pueblos indígenas son esencialmente agricultores y, por eso, dependientes directamente del agua, sus culturas indígenas solo pueden ser entendidas a través de la perspectiva del agua y de la fertilidad. Hasta ahora las creencias y las prácticas más arraigadas en su conciencia se relacionan con el líquido de vida. Desde la perspectiva del Estado lo que cuenta es el crecimiento económico, que por supuesto no llega a las comunidades ancestrales. En la práctica, para el Estado el del agua no es un problema cultural y ecológico prioritario. El uso y la distribución del agua están unidos a intereses y estructuras de poder político. Y el afán manifiesto, es en definitiva, dominar la naturaleza para extraerle beneficios fines económicos, sin pensar mucho en el futuro.
Una esperanza surgió entre los indígenas con la nueva Constitución. Por fin se aceptaba que el Estado debía ser plurinacional si quería reflejar la realidad del país; parecía que por fin se abrirían espacios en el Estado y en el Derecho para los pueblos ancestrales, que se propondrían acuerdos y compromisos con las organizaciones indígenas, que indígenas y no indígenas con sus propias visiones culturales estarían en plano de igualdad, respondiendo a una búsqueda por comprenderse mutuamente. Pero en el gobierno se reproducen los temores y el menosprecio de siempre a los indígenas.
Que los indígenas mantengan autonomía en el manejo del elemento clave para la vida no solo es una garantía de sustentabilidad para ellos, puesto que su actitud es una forma visible y palpable de cuidado de la naturaleza. Además, también sería un acuerdo para comprender otras maneras de vivir y otra forma de aceptar derechos civiles fundamentales. El levantamiento indígena por los derechos al agua manifiesta el deseo de decir que sus intereses deben ser atendidos con políticas correctas, que sus derechos deben ser acogidos no con suposiciones de igualdad sino con una verdadera búsqueda de cohesión social y política.
Fuente: Kaos en la Red
jueves, 8 de octubre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario