Autor | Biodiversidad, sustento y culturas | Idioma | Español | Pais | América Latina | Publicado | 3 noviembre 2009 13:37
Ni los funcionarios de las agencias internacionales multilaterales ni de los gobiernos particulares, y mucho menos las empresas privadas, están enfrentando la crisis climática que vive el planeta. No la enfrentan en toda su magnitud ni en sus orígenes. No tocan los intereses que la promueven.
No fomentan las respuestas reales que podrían, si no remediarla (porque su complejidad es muy extrema), por lo menos aminorarla o frenar su posible y pronto estallido para tal vez entonces encarrilar el mundo en otra dirección más posible, justa y respetuosa. Esta vez presentamos voces que, desde diversos rincones desnudan algún aspecto crucial para entender esta crisis climática, o nos muestran algunas posibles alternativas al extremo desequilibrio planetario al que nos encaminamos si seguimos los remiendos industriales y seudocientíficos que promocionan como solución.
Al decir que el desarrollo de la industria automotriz es la ama y señora de la acumulación de capital global, hay que mirar el espacio donde se consumen los vehículos automotores. Ésta es una de las pequeñas causas del calentamiento global. Nada más producen 80 millones de autos al año y se sobreproducen 20 millones. Lo que los poderosos necesitan ahora no es regular el calentamiento global, “ése no es el problema”. Lo que requieren es mantener en alto la tasa de crecimiento de la industria automotriz. Grave no es que se derrita el casquete polar del norte, sino que del petróleo que existe en el planeta, la mitad que se produjo hace 400 millones de años, ya se acabó. Queda la otra mitad. En 150 años de uso de petróleo se acabó la mitad.
En la idea de mantener la tasa de crecimiento industrial, la tasa de crecimiento urbano, la dinámica actual el planeta, se calcula que la otra mitad de reservas petroleras sirven para 30 años más. Porque la idea que tienen las empresas es mantener en alto la demanda del petróleo, no dejarlo ahí en el subsuelo y desperdiciarlo. Se trata de meterlo en la dinámica de la acumulación global pero, pues sí, “quemarlo de manera ecológica”. Que se pueda quemar cumpliendo los Protocolos de Kyoto o algún nuevo protocolo que se inventen.
Ésta es la treta de Bush con el invento de los “biocombustibles”. Es regular un poco, maquillar luego de tantos años diciendo que no había calentamiento global, ahora que ya es insostenible seguirlo negando. Se han pasado los últimos ocho años corrompiendo científicos, para que hagan lobby, informes y declaraciones en todos los paneles internacionales, lo que ocasionó que ya los hayan expulsado a todos de las asociaciones y academias de ciencia por la magnitud de las manipulaciones y mentiras que montaron. Entonces se comienza a impulsar el etanol para reducir las emisiones de CO2 y suplantar el mtb (Metil-Tributil-Éter que produce cáncer) resolviendo, según ellos, el desprestigio que ha generado el mtb como regulador del octanaje de los tanques de gasolina, sin frenar el crecimiento de la industria automotriz global.
El verdadero peligro sigue siendo la industria automotriz y el patrón petrolero y no se hace nada por regular la fuente del calentamiento global que es el transporte mundial. No sólo es un problema en las ciudades —por supuesto que ahí se concentra. Se distribuye en todo el planeta y tiene que ver con la locura: no sólo son los vehículos automotores, es la red de aviones —una que va creciendo brutalmente y tiene también líos de sobreproducción.
Es también la brutal cantidad de petróleo que tiran los barcos por uso de oleocombustible, cuando navegan por el planeta; la contaminación de todas las redes de transporte, desbocadas con esta revolución intermodal que las multiplica y las integra como autómata global.
Las redes de comunicación también generan un problema de contaminación que tiene que ver con el desarrollo sin límite de todas las ciudades en todo el planeta en una dinámica de urbanización brutal que no sólo genera calentamiento global sino la destrucción del ciclo del agua.
En realidad el tema de los biocombustibles es la típica manipulación de un problema de fondo que no están resolviendo: es la crisis general del patrón tecnológico con el que emprendieron el proceso de globalización.
No podemos pelear sólo contra los agrocombustibles que por supuesto entrañan todos los peligros señalados: ellos mismos no lo detienen, contribuyen más al calentamiento global e introducen un problema que no había —la alianza entre la industria automotriz y la agroindustria. eua no sabía dónde colocar sus excedentes de maíz hasta que comenzó a inventar en 2002 la producción de etanol con base en maíz. Y comenzó la euforia en la bolsa de valores de Chicago por el alza en los precios del maíz.
Y tienen otra crisis: una de legitimidad en la innovación tecnológica. Toda esta oleada de nuevas tecnologías —de la ingeniería genética a la nanotecnología, o la geoingeniería, estos nuevos dispositivos que se inventan las empresas de punta— está acumulando una cantidad enorme de imprevistos (técnicos, ambientales) que se suman en una lógica de caos muy, muy enorme. Andrés Barreda, Los agrocombustibles no resuelven nada y Estados Unidos es adicto al petróleo, Conferencia en la Universidad de Montevideo, abril, 2007, Biodiversidad 54, octubre de 2007
Los remiendos tecnológicos se han vuelto el opio de los políticos —el mejor modo de evitar el gran peso de tomar decisiones esperando que los problemas reales se desvanezcan (por lo menos hasta después de las siguientes elecciones) en la plácida bruma azul de los mecheros de Bunsen, infaltables en los laboratorios.
La geoingeniería, opinan los científicos autores del informe de la Royal Society, debe ser un distante e insatisfactorio Plan B (al menos eso dicen esperar), que únicamente considerarían si uno o más eventos climáticos “desencadenantes” aventaran a la humanidad al borde de la catástrofe: la rápida liberación de gas metano de la tundra ártica; un colapso de los hielos permanentes de Groenlandia o, tal vez, incluso que los gobiernos fracasen al fijar el rumbo en la crucial conferencia de cambio climático en Copenhague en diciembre, y que sea imposible recomponer el planeta a partir del caos. El informe reconoce que hay muchos modos de hacerle geoingeniería al planeta y admiten que sabemos muy poco de los impactos ambientales y sociales de la misma. Así, los autores del informe proponen, modestamente, que el gobierno del Reino Unido invierta 10 millones de libras esterlinas anuales por más de diez años en investigación de geoingeniería. La mayor parte de esta investigación (los lectores nos relajamos) serán simulaciones de computadora y con monitoreo —pero el informe recomienda también pruebas de campo para varias de las tecnologías. Como cuerpo científico, en sus comunicaciones con la Royal Society argumentan que para ellos sería irresponsable no estudiar la geoingeniería o no equipar a los gobiernos y la sociedad con sus mejores análisis de los riesgos y beneficios implicados. Los funcionarios resaltan el creciente interés de los medios por la geoingeniería durante los últimos meses e insisten en que se sienten obligados a emprender la ingrata tarea de brindarle “rigor científico” a un debate cada vez más polémico.
Pero esto depende de dónde está uno parado. Si uno es un miembro del G-8 y especialmente si se es El Miembro del G-8 que impulsó la Revolución Industrial que está ocasionando el cambio climático —uno puede tener algo de confianza en que la geo-ingeniería es la clase de remedio que a uno le conviene.
Sólo los países más ricos del mundo pueden realmente congregar la maquinaria y los programas (digamos el hardware y el software) necesarios para reacomodar el clima y reajustar el termostato. Y puede uno confiar en que el costo de la geoingeniería sea mucho menor que el 2% del producto interno bruto global por año que se espera sea el costo conservador de reducir las emisiones de gases con efecto de invernadero.
Y como será su dinero, sus científicos y sus compañías los que emprendan los experimentos y desplieguen la geoingeniería, podrán confiar, relativamente, en que controlarán el proceso y protegerán a su población. Y como ustedes ya saben que el proceso de Copenhague anda en problemas y el clima está en gran riesgo, es muy relajante contar con un Plan B en el bolsillo trasero del pantalón.
Entonces, los únicos contentos con el informe de la Royal Society son: los científicos que ya emprendieron investigaciones en geoingeniería, las industrias que podrán lucrar de la experimentación y el despliegue, y los gobiernos y las corporaciones que esperan que esta bala de plata les permita evadir la bala de la crítica pública este diciembre en Copenhague. Lo único que necesitaban es que la Royal Society le diera “luz amarilla” a los gobiernos para favorecer más investigación y experimentación. Saben que la geoingeniería será difícil de tragar por el público que ya desconfía de la ciencia, de la industria y de sus gobiernos en lo tocante al cambio climático, pero están convencidos de que si Copenhague fracasa el mundo se pondrá a sus pies.
Tal vez, sin querer, la Royal Society les puso el juego en las manos. Últimamente las recomendaciones de la Royal Society se construyen en la arena de la ignorancia y la vanidad. Si no se reconoce el abismo entre países ricos y pobres, la geoingeniería es geopiratería. Grupo etc, “El informe de la Royal Society sobre Geoingeniería para el clima: geoingeniería o geopiratería”, 4 de septiembre de 2009
Métodos de mayor confrontación. Cuando el vicepresidente Al Gore comenzó a dar su respaldo a la desobediencia civil en lo tocante al cambio climático, Abigail Singer, activista de Rising Tide, una de las principales redes de base organizadas en pos del clima, dijo: “sería más convincente si pusiera su cuerpo donde pone la boca”. Y tenía tanta razón. A como van las cosas, James Hansen (de 68 años de edad, supuestamente el investigador más acucioso y famoso del clima aún vivo), ha sido menos reticente en ponerse en la línea del frente. Su involucramiento le ha conferido gran respetabilidad a quienes asumen métodos de más confrontación para expresar su disenso, y la trayectoria de su compromiso político engarza con una tendencia importante.
A lo largo de los ochenta y los noventa Hansen publicó muchos documentos innovadores que demostraron la realidad del calentamiento del planeta. Pero Hansen asumió que el trabajo de quienes documentaban el cambio climático tendría por resultado un remedio legislativo expédito, como ocurrió a principios de los ochenta cuando los investigadores del trabajo demostraron que la actividad humana era la responsable de un agujero en la capa de ozono, lo que dio por resultado el tratado de 1987 contra los clorofluorocarbonos.
“Es muy paciente”, dijo su esposa. Y se ha mantenido trabajando y publicando, pensando que alguien haría algo. Esta vez, sin embargo, los intereses industriales han probado estar muy atrincherados. Ahora, con el fin de agilizar unas gélidas y lentas negociaciones en torno al clima, Hansen comenzó a expresarse y más recientemente, a arriesgar ser arrestado en las manifestaciones. Hansen y otros motivados a confrontar a los capitanes de la industria han concluido que, a menos que haya un contrapeso público al dinero organizado de quienes lucran del sistema, lo que la ciencia tenga que decir es en gran medida irrelevante, no importa lo convincente que sea a nivel teórico. A menos que los ciudadanos se vuelvan inconvenientes, la verdad seguirá siendo una consideración menor. Mark Engler, Climate disobedience, TomDispatch, 13 de agosto de 2009
“ No podemos convertir la Amazonia en un santuario de la humanidad” indicó en entrevista con el canal tv5 y Radio Francia Internacional, el presidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, y señaló que “todos los países deben pagar lo mismo” en concepto de emisión de gases con efecto de invernadero. El mandatario indicó que su gobierno “hizo mucho por el ambiente” y afirmó que este año la deforestación del bosque tropical fue la menor en los últimos 20 años, aunque destacó que la región necesita desarrollarse. Según Lula, que subrayó la necesidad de “desarrollar correctamente la Amazonia”, unos 20 millones de personas viven en el bosque tropical y aspiran “a tener acceso a los mismos bienes materiales que nosotros”. Nota de El País, “No podemos convertir la Amazonia en un santuario de la humanidad” dice Lula, 6 de septiembre de 2009.
La inclusión de los bosques en el mercado de carbono, o redd (Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación) ha causado ansiedad, protesta e indignación en diversas partes del mundo.
Australia e Indonesia anticiparon que en las conversaciones sobre cambio climático en Bonn, Alemania, presentaron un plan de comercio de carbono que utilizará los bosques de Asia y el Pacifico como un medio económico para compensar las emisiones de la industria local.
Australia prepara a Indonesia para vender créditos de carbono basados en el carbono almacenado en los bosques, y habrá sesiones técnicas para los funcionarios sobre cómo supervisar el programa redd.
Ambos países desarrollan dos proyectos de demostra-ción redd por un valor de 200 millones de dólares que será presentado en las negociaciones sobre el clima de diciembre de 2009 en Copenhague, Dinamarca.
El Foro Internacional de los Pueblos Indígenas sobre Cambio Climático declaró que: “…redd nos despojará de nuestras tierras… y los comerciantes de carbono tendrán control sobre nuestros bosques” lo que afectaría a 60 millones de indígenas que dependen de los bosques.
El Programa onu-redd fue puesto en marcha por el secretario general de las Naciones Unidas Ban Ki-moon y el primer ministro de Noruega, con la colaboración de la fao, el pnud, el pnuma y el Banco Mundial.
Las objeciones y los temores de los pueblos indígenas fueron confirmados por el propio Documento Marco del Programa onu-redd donde se afirma que el programa podría “privar a las comunidades de sus legítimas aspiraciones de desarrollar sus tierras”.
En las páginas 4 y 5 de dicho documento se declara que los “avances en el área del manejo forestal podrían perderse”; que “podría causar la clausura de los bosques al desvincular la conservación del desarrollo o la erosión de las prácticas de conservación sin fines de lucro, basadas en valores culturales”.
Se destacó que “los beneficios de redd en algunas circunstancias, podrían tener que canjearse por otros beneficios sociales, económicos y ambientales”.
En el prudente lenguaje típico de Naciones Unidas, el documento reconoce también que redd podría causar graves violaciones de los derechos humanos y ser desastroso para los pobres, ya que redd puede “marginalizar a los sin tierra y aquellos… con derechos comunales de uso”. Ver http://www.undp.org
La expansión de las plantaciones de palma aceitera generalmente tiene lugar a costa de la transformación de ecosistemas naturales, especialmente bosques húmedos tropicales. Esto tiene efectos nefastos, por un lado porque estos bosques son el hogar de poblaciones muy tradicionales que han aprendido a lo largo de milenios a comprender el bosque y a usarlo respetando su dinámica natural. Por otro lado, la destrucción del bosque implica la liberación de dióxido de carbono (CO2) —uno de los gases con efecto de invernadero, cuya acumulación en la atmósfera es responsable del calentamiento global y el consiguiente cambio climático. Y no sólo eso, sino que si se hace un balance de CO2 comparativo entre los dos sistemas (el bosque y las plantaciones), veremos que los bosques tropicales, por su complejidad, almacenan y fijan mucho más carbono.
Las plantaciones de palma, como cualquier monocultivo en gran escala, demandan una gran cantidad de insumos en base de combustibles fósiles, que liberan carbono. También requieren plaguicidas, por la gran cantidad de plagas y enfermedades que infestan estas plantaciones, así como herbicidas, para combatir cualquier especie de planta que no sea palma y que pueda competir por el agua y los nutrientes. Todo esto produce otro desbalance de carbono, a lo que se suma que el agrodiésel producido a partir de aceite de palma generalmente tiene como destino la exportación. A su vez, el proceso de transporte que esto requiere genera más emisiones de CO2.
Es posible que el consumidor europeo que utilice el aceite o el agrodiésel de palma producido en un país tropical tenga la sensación de que está usando un combustible “ecológico” o “verde”. Pero ignora que ese combustible ha viajado desde el otro lado del mundo, quemando a lo largo de su viaje combustibles fósiles, y lo que es más grave, destruyendo la forma de vida de cientos de comunidades locales y de ecosistemas naturales.
Es por todo eso que las plantaciones de palma para agrodiésel no sólo agravan el cambio climático sino que además impactan sobre los ecosistemas y las comunidades donde se implantan. Elizabeth Bravo, Instituto de Estudios Ecologistas del Tercer Mundo, Ecuador, Boletín del Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales (WRM), 21 de septiembre, 2009
“ Toda la contabilidad sobre el carbono fijado por las plantaciones es muy inexacta”. Así aseguró a la BBC, Javier Baltodanode Comunidades Ecologistas La Ceiba (Coeco-Ceiba), una de las organizaciones ambientales más combativas del país, porque en Costa Rica hay importantes sectores ecologistas que no comparten la visión optimista del programa C-Neutral del gobierno. Dice Baltodano: “Se calcula que una plantación de melina fija seis toneladas de carbono por año, en promedio. Pero hay plantaciones que fijan dos toneladas y otras que fijan 20, debido a diferentes crecimientos y a otros múltiples factores. Tampoco es posible determinar la permanencia de esa plantación”, agregó, pues unos árboles se talan antes de tiempo, se queman o, simplemente, no pegan”, explica.
Baltodano asegura que el mecanismo de siembra de árboles para fijar el CO2 no está contemplado en los protocolos que regulan esos procedimientos en el marco del acuerdo de Kyoto precisamente por la dificultad de medir su eficacia.
Para mostrar la limitación de este proceso, señala que sólo para fijar todo el carbono emitido por el consumo de diésel en Costa Rica se necesitaría 1.5 millones de hectáreas de árboles sembrados. Y todo el país tiene apenas unas cinco millones de hectáreas. O sea, la contabilidad no calza. Gilberto Lopes, “Polémica en Costa Rica”, es.corank.com, agosto 2009
Lidiar con el cambio climático implica reducir en forma drástica e inmediata la cantidad de combustibles fósiles que extraemos y quemamos. La idea de utilizar las plantaciones para neutralizar estas emisiones es contraproducente ya que, en realidad, proporciona una falsa excusa para seguir quemando carbón, petróleo y gas. Mientras haya espacio para más plantaciones (sin importar su impacto sobre las comunidades y los ecosistemas) los intereses comerciales querrán hacernos creer que podemos seguir construyendo más refinerías de petróleo y minas de carbón.
Al mismo tiempo, es imposible para nosotros cuantificar la cantidad de carbono que una plantación dada es capaz de secuestrar. Esto significa que todas las metodologías para definir la cantidad exacta de ‘toneladas de carbono’ absorbido, desde la plantación hasta el caño de escape, son tonterías. Lo único que podemos decir con alguna certeza científica es que los monocultivos de árboles son mucho menos eficaces que los bosques primarios para almacenar carbono.
Lo irónico es que las comunidades que normalmente son desalojadas para establecer las plantaciones de árboles, suelen ser las que llevaban una vida sustentable, con escasa emisión de carbono. Utilizar las plantaciones para compensar las emisiones de los individuos, empresas o países del Norte es una suerte de “colonialismo del carbono” —una nueva forma de la apropiación de la tierra por la que se caracterizó la historia colonial. Kevin Smith, Carbon Trade Watch, Reino Unido, Boletín del Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales (WRM), 21 de septiembre, 2009
El famoso biochar que supone desarrollar extensas plantaciones de árboles para después quemar su biomasa hasta convertirla en carbón, y luego enterrarla —lo que supuestamente “secuestra carbón hacia el suelo y le incrementa la fertilidad”, es una extrapolación bastante aventurada de las prácticas ancestrales de ciertos pueblos amazónicos que durante milenios han promovido mayor fertilidad de sus suelos con carbón (la llamada terra preta o “tierra oscura”). Pero les llevó milenios el proceso. En cambio, lo que ahora se propone, con gran ignorancia e irresponsabilidad, es extremar la intensidad del proceso (y su escala) para hacerlo “viable” en pocos meses, o semanas, o de manera instantánea. Es decir, el biochar termina siendo uno más de los experimentos industriales, en este caso muy violento y sumamente nocivo, que promueve el monocultivo, los fertilizantes, la homogenización de la biodiversidad y la expulsión de campesinos de sus tierras para supuestamente mitigar el cambio climático con más calor. Como ponerle gasolina al fuego. Biochar; como ponerle gasolina al fuego, Biodiversidad 61, p. 52
Una coalición de compañías emergentes, consultores y algunos especialistas en suelos promueven una nueva “solución” para el cambio climático: convertir grandes cantidades de madera y otros tipos de biomasa a un fino polvo de carbón vegetal (eufemísticamente llamado biochar, “biological charcoal”,carbón vegetal en inglés) que se aplicaría a suelos agrícolas. Causa gran preocupación que sus promotores, organizados en la Iniciativa Internacional para el Biochar, argumenten que el carbono del carbón vegetal permanecerá en el suelo por miles de años y “compensará” la quema de combustible fósil, y que el carbón vegetal aportará mayor fertilidad a los suelos. Ellos clasifican a toda la biomasa como “carbono neutral”, ya sea que provenga de plantaciones de árboles o de despojar enormes superficies de cultivos y de bosques de sus residuos vegetales. Ninguno de los argumentos está demostrado.
No existe una comprensión acabada de los impactos del carbón vegetal en el clima, y hasta podrían ser negativos, incluso en una pequeña escala.
El carbón vegetal no es en sí mismo un fertilizante. Los agricultores indígenas lograron combinarlo con residuos orgánicos para aportar mayor fertilidad a los suelos, pero lo que proponen los defensores del biochar exigiría despojar grandes extensiones de tierra de los residuos vegetales de cultivos y bosques para fabricar carbón vegetal, en un proceso muy distinto. La eliminación generalizada de residuos agota el suelo y aumenta las probabilidades de erosión, y deja a los bosques más vulnerables y menos biodiversos. También causaría dependencia de los fertilizantes basados en combustible fósil, porque los residuos ya no volverán al suelo.
No se ha tenido en cuenta el potencial de contaminación del suelo y el aire, que podría ser grave.
No existe una cantidad de residuos tal que pueda producir las cantidades de carbón vegetal que se anuncian. La madera es el tipo de biomasa de la que se obtiene más carbón vegetal, y se necesitarían grandes cantidades y a bajo costo. Las plantaciones industriales de árboles son la fuente más probable de biochar a gran escala. El anunciado “potencial” de miles de millones de toneladas de biochar se basa en la falsa idea de que hay vastas superficies de tierras de cultivo “abandonadas” que podrían ser apropiadas, como si la gente, la biodiversidad y el clima no dependieran de tierras que no están todavía en régimen de monocultivos. Los mismos argumentos se han utilizado para justificar la apropiación de grandes zonas de pastizal, tierras comunitarias y bosques, con consecuencias desastrosas para la gente y también para el clima, ya que cuando se cortan los árboles y otro tipo de vegetación, y se ara la tierra, se liberan grandes cantidades de carbono, y junto con la gente otras actividades agrícolas son empujadas a los bosques que van quedando en pie.
Además, las propuestas de incluir el biochar en el Mecanismo de Desarrollo Limpio (mdl) del Convenio sobre Cambio Climático no se limitan a los “residuos”. Ya se aprobó la primera metodología mdl para dedicar plantaciones de árboles a carbón vegetal como combustible, para la empresa Plantar en Minas Gerais, Brasil. Si los defensores del biochar se salen con la suya, es posible que tengamos muchos más eucaliptos y otros monocultivos para carbón vegetal, lo que significa más apropiaciones de tierra y más catástrofes para los pueblos indígenas y los campesinos de los países del sur. Almuth Ernsting, BiofuelWatch, Reino Unido, Boletín del Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales (wrm), 21 de septiembre, 2009
Los agricultores están perdiendo variedades tradicionales de semillas debido al creciente control de las corporaciones sobre lo que siembran, lo que obstaculiza su capacidad para hacer frente al cambio climático, dijo el International Institute for Environment and Development (iied). El instituto señala que la diversidad de las semillas tradicionales se reduce aceleradamente, lo que significa que valiosos rasgos como la resistencia a las inundaciones y las plagas podrían perderse para siempre.
“Donde las comunidades agrícolas han sido capaces de mantener su variedades tradicionales, ya las están usando para lidiar con el impacto del cambio climático”, dijo Krystyna Swiderska, líder de proyecto en el iied.
“Pero esas variedades están siendo reemplazadas por un rango más reducido de semillas ‘modernas’ que son fuertemente promocionadas por las corporaciones y subvencionadas por los gobiernos”, agregó Swiderska.
Organizaciones asociadas al iied en China, India, Kenia y Perú participaron en la investigación detrás del informe.
El documento indica que un tratado internacional sobre la protección de nuevas variedades de plantas —conocido como upov— protege las ganancias de las corporaciones privadas pero no reconoce o protege los derechos y el conocimiento de los agricultores pobres.
“Los gobiernos occidentales y la industria de las semilleras quieren actualizar la Convención upov para proveer derechos de exclusividad mas estrictos para los criadores comerciales de plantas”, dijo Swiderska.
“Esto promoverá la pérdida de la diversidad de semillas en la que se basa la resistencia de las comunidades pobres frente a las condiciones climáticas cambiantes”, agregó. Reuters: “Pérdida variedad semillas complicaría respuesta a cambio clima”, 7 de septiembre de 2009, http://noticias.terra.com
Hay cinco pasos inescapables en busca de una agricultura que ayude a remediar la crisis climática. 1. Un viraje hacia métodos sustentables e integrados de producción. Las separaciones artificiales y las simplificaciones que trajo consigo la agricultura industrial deben deshacerse, y deben de reunirse de nuevo los diferentes elementos que conforman los sistemas agrícolas sustentables. Los cultivos y los animales deben reintegrarse de nuevo en la finca. La biodiversidad agrícola tiene que tornarse, de nuevo, el fundamento de la producción alimentaria y debe reactivarse el sistema de cuidado e intercambio de semillas.
Los fertilizantes y lo plaguicidas químicos deben sustituirse por formas naturales de mantener el suelo saludable y de controlar plagas y enfermedades. Reestructurar así el sistema alimentario ayudará a crear las condiciones que permitan emisiones cercanas a cero en las fincas.
2. Reconstituir el suelo y retener el agua. Tenemos que tomar el suelo en serio. Necesitamos un esfuerzo global masivo para volver a juntar materia orgánica en los suelos, y así devolverle fertilidad. Décadas de maltrato de suelos con químicos en algunos lugares, y la erosión de los suelos en otras partes, dejaron los suelos exhaustos. Los suelos saludables, ricos en materia orgánica, pueden retener enormes cantidades de agua, que serán necesarios para crearle al sistema agrícola la flexibilidad y el aguante necesarios como para resistir las crisis climática y de agua que ya se ciernen sobre nosotros. Aumentar la materia orgánica en los suelos de todo el mundo ayudará a capturar cantidades sustanciales del actual exceso de CO2 que hay en la atmósfera.
3. Desindustrializar la agricultura, ahorrar energía y mantener a la gente en su tierra. La agricultura familiar en pequeña escala debe volver a ser el fundamento de la producción de alimentos. Haber permitido la enorme acumulación de empresas de agricultura mega-industrial que producen mercancías para el mercado internacional en lugar de comida para la gente, provoca ámbitos rurales vacíos, ciudades sobrepobladas y la destrucción de muchos modos de sustento y cultura en el proceso. Desindustrializar la agricultura ayudaría también a terminar con el tremendo desperdicio de energía que ahora produce el sistema de agricultura industrial.
4. Cultivar en las inmediaciones y cortar el comercio internacional. Uno de los principios de la soberanía alimentaria es priorizar los mercados locales sobre el comercio internacional. El comercio internacional de alimentos en consorcio con las industrias de procesamiento y los supermercados en cadena son quienes más contribuyen a la crisis climática. Todo esto puede detenerse en gran medida si se reorienta la producción de alimentos a los mercados locales y a la subsistencia familiar, comunitaria. Lograr esto es probablemente la lucha más dura de todas, ya que el poder corporativo se ha concentrado en mantener el sistema de comercio creciendo y en expansión. Y muchos gobiernos están felices con esto. Algo que debe cambiar si somos serios en nuestra respuesta a la crisis climática.
5. Cortar la economía de la carne y buscar una dieta más sana. Tal vez la transformación más profunda y destructiva que conlleva el sistema alimentario industrial es la industrialización del sector ganadero. Lo que solía ser una parte integral y sustentable de los modos de vida rurales, es ahora un sistema de fábricas mega-industriales de carne diseminadas por todo el mundo, controladas por unos cuantos. La economía de la carne a nivel internacional, que ha crecido cinco veces en las últimas décadas, contribuye a la crisis climática de un modo enorme. Ha ayudado a provocar el problema de obesidad en los países ricos, y ha destruido —mediante subsidios y comercio desleal— la producción local de carne en los países pobres. Esto debe detenerse, y las tendencias de consumo, especialmente en los países ricos, deben alejarse de la carne. El mundo necesita regresar a un sistema descentralizado de producción y distribución de carne, organizado de acuerdo a las necesidades de la gente. Deben restaurarse y recuperarse los mercados que surten carne de pequeñas fincas a los mercados locales, a precios justos. Debe frenarse el comercio desleal a nivel internacional. GRAIN, Cinco pasos urgentes, recuadro de “El fracaso del sistema alimentario transnacional”, http://www.grain.org
Mientras las predicciones científicas sobre la catástrofe climática continúan creciendo, los mandatarios mundiales se reunirán en Copenhague en diciembre de 2009 —del 7 al 18 de diciembre de 2009— para la Convención Marco sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (unfccc en sus siglas en inglés). Las soluciones que están siendo discutidas por esta Convención continúan permitiendo que los grandes consumidores de energía sigan contaminando con impunidad mientras pagan a otros para implementar proyectos que supuestamente capturan carbono. El Protocolo de Kyoto y los mecanismos de mercado que éste ha implementado han fracasado para reducir las emisiones de efecto invernadero y ralentizar los cambios debidos al clima.
A pesar de la urgencia de la situación, esta Convención ha fracasado radicalmente a la hora de cuestionar los actuales modelos de consumo y producción basados en la ilusión del crecimiento continuo. En vez de ello, han inventado nuevas oportunidades de negocio para que el sector privado siga acumulando enormes beneficios a expensas de la destrucción del planeta. El carbono se ha convertido en una nueva “mercancía” en manos de los especuladores, que la utilizan como un nuevo producto de esa economía ficticia que nos ha llevado hasta la actual crisis económica.
La agricultura se encuentra en el centro de las conversaciones sobre el clima. Según las estadísticas, las prácticas agrícolas contribuyeron alrededor del 17 por ciento en las emisiones mundiales entre 1990 y 2005. Además, el aumento de la presión sobre las tierras agrícolas es probable que sea uno de los principales impulsores de la deforestación, el otro gran contribuyente a las emisiones de gases con efecto de invernadero. En realidad, la destrucción de los bosques, así como la degradación del ambiente desde el sector agrícola proceden principalmente de la agricultura industrial. La agroindustria y las grandes extensiones de monocultivos provocan un uso intensivo de fertilizantes químicos procedentes del petróleo, plaguicidas y maquinaria, convirtiendo los bosques y praderas ricos en carbono en desiertos verdes, y se basan en una larga e innecesaria transformación secundaria y enlaces de transporte.
Por su parte, la agricultura campesina de pequeña escala es una solución clave para el cambio climático. Contribuye a enfriar el planeta y juega un papel vital en la relocalización de economías que nos permitirán vivir en una sociedad sostenible. La producción local sustentable de alimentos utiliza menos energía, elimina la dependencia respecto a productos alimentarios animales importados y retiene carbono en la tierra al mismo tiempo que aumenta su biodiversidad. Las semillas locales se adaptan mejor a los cambios del clima que ya nos están afectando. La agricultura familiar no solamente contribuye positivamente al balance de carbono del planeta, sino que además da empleo a 2 800 millones de personas —hombres y mujeres— a lo largo del mundo y sigue siendo la mejor manera de combatir el hambre, la malnutrición y la actual crisis alimentaria. Si a la gente campesina, que trabaja en pequeña escala, se le da acceso a la tierra, al agua, a la educación y a la salud y se le apoya con políticas que promuevan la soberanía alimentaria seguirán alimentando el mundo y protegiendo el planeta.
Para la gente campesina del mundo, las falsas soluciones propuestas en las conversaciones sobre el cambio climático, como la iniciativa redd (Programa de las Naciones Unidas para la Reducción de las Emisiones Derivadas de la Deforestación y la Degradación Forestal en los Países en Desarrollo), los mecanismos de bonos de carbono y los proyectos de geoingeniería son tan amenazantes como la sequía, los tornados y los nuevos patrones del clima. Otras propuestas como la iniciativa biochar (enterrar en el suelo miles de millones de toneladas de carbón cada año), la agricultura de laboreo cero y los transgénicos resistentes al clima son las propuestas del agronegocio y aumentarán la marginalización de la gente campesina de pequeña escala. La fuerte promoción de plantaciones industriales de monocultivo y agrocombustibles como soluciones para la crisis en realidad aumentan la presión sobre la tierra agrícola. Ha llevado ya a la masiva apropiación de tierra por parte de las compañías transnacionales en los países en vías de desarrollo, expulsando a campesinos/as y a comunidades indígenas de sus territorios. Vía Campesina, ¡Basta Ya! La Convención sobre Cambio Climático de la onu, se está descarrilando, 16 de agosto de 2009
Fuente: Biodiversidad, sustento y culturas
sábado, 14 de noviembre de 2009
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